29 de octubre de 2007

¿Qué quiere la gente?


¿Qué aspiran los ciudadanos de los periodistas? Hacernos esa pregunta frente al micrófono, la cámara o el teclado pareciera, más que una sana rutina, un deber de todos los días. Una obligación que, quizás, no todos cumplimos a cabalidad. Entre los colegas que se interrogan sobre las expectativas que tiene "la gente" sobre nuestro trabajo y, como consecuencia, sobre nuestra responsabilidad con esa ciudadanía activa, se cuenta Adelfo Solarte, corresponsal en Mérida del Instituto Prensa y Sociedad (IPyS), coordinador de ediciones especiales del Diario de los Andes, conductor de programas informativos y de opinión de OMC Televisión y profesor de la Escuela de Comunicación Social de la Universidad Católica Cecilo Acosta. Junto a otros temas, se refirió a éste el pasado viernes 26 de octubre, en Mérida, en el acto realizado con motivo de la entrega del Premio Regional de Periodismo, el cual le fue concedido por unanimidad. Desde aquí celebramos el reconocimiento y agradecemos sus palabras.


“Un periodista existe para servir a los ciudadanos”. Eso dice una frase que aunque cierta, debido a una cotidiana y vacía invocación, ha devenido en hueca expresión. Pese al desgaste semántico, rescatemos, al menos, su carácter de referente del para qué existen los periodistas. Es decir, convengamos, con sincera ilusión, que quienes estudian largos años en las escuelas de comunicación social del país, lo hacen – con las excepciones de rigor – movidos por la posibilidad futura de servirle de algo y en algo a sus semejantes, tal como lo imagina un estudiante de medicina, un ingeniero, un policía.

Servir a los ciudadanos, corresponder sus expectativas, nos obliga a los periodistas, aún más cuando se está en el trajín del oficio, a precisar, pues, qué es lo que la gente aspira de nosotros. La tarea no es cosa fácil si tomamos en cuenta la diversidad de pareceres que son proporcionales al número de seres pensantes que nos rodean. Aún así, podemos, por ejemplo, fijarnos en la historia para seguirle la pista a la relación entre periodistas y el resto de los ciudadanos.

Llegaremos a una primera conclusión: dado que la complejidad de la sociedad moderna le impide a cada uno de los ciudadanos aprovisionarse de primera mano de los hechos y acontecimientos que son de importancia para sus vidas, recurren a otros que han asumido como labor ir tras esos hechos y luego presentarlos haciendo uso de los medios de comunicación que hoy día nos provee la tecnología.

La gente recurre a los periodistas, a los comunicadores sociales, claro está, para enterarse de lo que pasa pero, en esencia, lo hacen porque ni física ni temporalmente es posible para la gran mayoría de los seres humanos tener la capacidad, los recursos y el tiempo para poder ir a preguntarle al gobernador, cara a cara, cuánta inversión se hará en vialidad para el próximo año, o ir hasta los camerinos del estadio de fútbol para saber si éste o aquel jugador seguirá en las filas del equipo local; o viajar hasta los sembradíos de nuestro campo para saber si tendremos buenas papas para los guisos de las hallacas decembrinas, o trasladarse hasta Caracas para conocer si aumentarán o no el salario mínimo, allá en las oficinas del Ministerio del Trabajo.

Mucho menos ir hasta Ciudad del Cabo, la capital legislativa de Sudáfrica, para ver si marchan a buen ritmo o no los trabajos para el Mundial de Fútbol 2010; o hasta Tokio, para enterarse del último adelanto tecnológico en telefonía celular; o ir hasta Canadá para observar la reserva de agua dulce más grande del mundo. Sencillamente, por nuestras humanas limitaciones, no podemos hacer todo esto y de allí que aparezcan los medios para suplir esta necesidad de información. Con los medios vienen los periodistas. Con los periodistas viene la información.

Entonces, un comprobado servicio de proveedor eficiente de información luce como una faceta fundamental en el cumplimiento de las aspiraciones del periodista de corresponderle profesionalmente a sus semejantes. Recordemos que, incluso, la propia redacción de la Constitución expone explícitamente la necesidad de información y un tanto más tácitamente el hecho de que hay alguien que debe proveerla.

Artículo 58. La comunicación es libre y plural, y comporta los deberes y responsabilidades que indique la ley. Toda persona tiene derecho a la información oportuna, veraz e imparcial, sin censura, de acuerdo con los principios de esta Constitución, así como a la réplica y rectificación cuando se vea afectada directamente por informaciones inexactas o agraviantes. Los niños, niñas y adolescentes tienen derecho a recibir información adecuada para su desarrollo integral.

Si leemos con atención el precitado artículo constitucional notaremos que existe un dato que nos remitirá a otra de las misiones del para qué de nuestra profesión de periodistas. Cuando la Constitución advierte que toda persona también tiene derecho “a la réplica y rectificación cuando se vea afectada directamente por informaciones inexactas o agraviantes” deja abierta la discusión sobre un punto de honor de las informaciones y con ésta de los periodistas: debemos proveer informaciones, sí, pero estas informaciones deben ir edificadas sobre principios de honestidad, de respeto, de amplitud…En fin: deben ser el resultado de un mínimo de consideraciones éticas que en la práctica es casi lo mismo que decir “de sentido común”.

En este punto es claro advertir que los periodistas tenemos una deuda pendiente. Si bien pudiéramos llegar a un acuerdo en relación al cumplimiento de los aspectos cuantitativos de información que proveemos al resto de los ciudadanos, el escenario cambia cuando analizamos la calidad de la información.

En un foro de periodismo andino celebrado hace un par de años en la capital del país, con el auspicio de la Corporación Andina de Fomento (CAF), el profesor Marcelino Bisbal, distinguido investigador y académico del campo de la comunicación, reconocía por enésima vez la desorientación en los contendidos que se imparten en casi todas las escuelas de comunicación social del país. Para Bisbal ya es el tiempo para que los centros de formación de periodistas revisen en profundidad la clase de profesional que están formando, so pena de quedar tirados como cuerpos inertes en las orillas de las exigencias del mundo de hoy. La revelación deja claro que es muy probable que el germen de esa poca calidad en las informaciones, que a diario presentamos algunos periodistas, tenga su origen en la crisis de las escuelas formadoras de periodistas.

Pero no toda la culpa es de tipo académica. Está claro que en la producción de una información el periodista debe esmerarse para cumplir con su paquete cuantitativo de notas e informaciones, pero es suya la decisión ética de que las mismas sean producidas con criterios de calidad, una calidad que dista mucho de la que pudiéramos esperar del champú o un pantalón para convertirse, ésta calidad, en condición fundamental para la completa satisfacción de un derecho: el derecho a la información.

La audiencia, o sea la gente que está expuesta al conjunto de mensajes de los medios, es un elemento activo en el tipo de periodismo que se hace: de su exigencia hacia una información oportuna y cuantitativamente satisfactoria, depende en gran parte la respuesta periodística. Más allá, o más importante aún, de la sana presión que ejerza la ciudadanía en procura de obtener información de calidad – o robusta en sus aspectos esencialmente éticos – dependerá en buena medida la respuesta de los que buscan y procesan la información.

Como siempre, siendo la audiencia la receptora del producto informativo, es ésta quien con su conciencia como consumidora de medios, puede fortalecer a aquellos que transitan por los caminos de una comprobada intencionalidad de equilibrio y balance, en tanto será también esa audiencia, la que con su decisión de no leer, no ver, no escuchar, puede obligar a un medio, y consecuentemente a los periodistas, a volver por la senda que aspira ver recorrida todo ciudadano consciente.

Adelfo Solarte
Mérida, 26 de octubre de 2007

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