22 de septiembre de 2007

El rincón de El Conejo



"Mi familia es andina, mi madre era de Jajó y mi padre de Torondoy; somos siete hermanos, dos hembras y cinco varones y todos nos criamos en el campo. Yo nací en Jajó y soy el cuarto de los siete hermanos. Mi madre llegó hasta cuarto grado y mi padre hasta sexto, pero donde quiera que iban sembraban un árbol; en Trujillo, por donde quiera salvo en Boconó, hay huellas de mis padres. Todos trabajamos desde muy jóvenes y todos tenemos un pedacito de tierra donde seguimos conectados al trabajo".

Así comienza nuestro diálogo con el profesor Víctor Salcedo, profesor jubilado de la ULA con estudios de postgrado en agrobiología, quien después de haberle dedicado su vida a la docencia universitaria, se ha volcado de lleno a su finca, El Rincón del Conejo, junto con su esposa y sus dos hijos. Allí mismo, rodeados de una naturaleza prodigiosa, en La Quebrada, Municipio Urdaneta del Estado Trujillo, conversamos con él.

“En casa nunca llegó a faltar un jardín, que no sólo era de flores sino también de plantas comestibles; papá siempre estaba pendiente de que en el jardín, aparte de las hortalizas comunes, siempre hubiera sembradas arvejas, caraotas y habas que entonces nos permitían una autoalimentación, había producción dentro de mi casa, se utilizaba a lo máximo los propios recursos del suelo. Es de ahí de donde quizás venga lo que hoy en día queremos hacer, divulgar lo que sabemos y hemos aplicado en la finca a través de los años.

Dado que no podemos transformar los pensa de estudio, queremos fundar algo así como una escuela paralela, un espacio informal donde se aprenda a vivir y a explotar lo que tiene. Le decimos espacio informal porque no está dentro de la academia, pero si se mira de otro modo es hasta más formal que la otra porque realmente está dirigida a formar en la teoría y práctica de la convivencia.

En la finca nosotros hemos podido hacer muchas cosas. Tenemos cultivos de flores, específicamente rosas, y hemos llevado a cabo proyectos para la siembra de frutos de clima templado como manzanas, kiwis, melocotones y duraznos. También promovemos el uso de plantas aromáticas en sustitución de los plaguicidas y el cultivo de las lombrices californianas que, por medio de su excremento, producen un excelente abono. De una u otra forma hemos podido contribuir a darle el buen uso a las tierras, a la siembra, junto con los agricultores de Miquimbo".


Entrevista realizada por Karla Saavedra y Raiza Barrios

10 de septiembre de 2007

La señora Rosa


La señora Rosa es colombiana, de Barranquilla, vino a Venezuela hace 16 años y desde hace ocho años vive en La Cabaña; tiene dos hijos en Colombia y desde que llegó aquí no los ha visto, se comunica con ellos sólo por vía telefónica. Vino como inmigrante, por las trochas. Llegó después de un largo caminar de 14 noches y 15 días, desde Maicao; salió de allí en compañía de 40 hombres y 5 mujeres. Hicieron una gran travesía para llegar a suelo venezolano. Era preciso, según las circunstancias, pasar esos peligros y llegar a un territorio que, según su pensar, era más seguro que su país natal. Llegó al Terminal de Pasajeros de Maracaibo y en el primer autobús que iba saliendo, con apenas un cambio de ropa en una bolsita, emprendió viaje a Valera. Llegó al terminal a las 11:30 de la noche sin saber qué rumbo tomar. Allí, en medio del temor y el desamparo, conoció a un señor que le ofreció trabajo en su casa. Allí se estableció por largo tiempo y posteriormente comenzó a trabajar con la hija de esa familia quien la ayudó a hacer su primera casa. Entre ellos y Rosa hay una relación especial. Ella habla de su empleadora con amor y agradecimiento, por cuanto la han ayudado a levantarse con dignidad. Recientemente obtuvo la cédula venezolana, pero no ha podido viajar a ver a sus hijos porque no tiene la de su país y sin ella no puede sacar el pasaporte. Tanto ella, como Jenny y otras mujeres de La Cabaña, han tenido un papel protagónico en las luchas de su comunidad por salir adelante, fajadas por la construcción de un conjunto de viviendas. Cuando estuvimos en su casa quedamos maravillados por el orden y la pulcritud de su hogar donde no faltaba nada, ni siquiera flores, unas bellas flores que adornaban la mesa. Ella se mostró muy servicial y atenta con nosotros, atendiéndonos de una manera tan cordial que nos hizo sentir muy a gusto. De su casa la vista a Valera es sorprendente. No sólo la vista geográfica, sino la humana. Es increíble que a estas alturas existan personas tan alejadas del mundo real, y no hablamos de los habitantes de La Cabaña, sino de todos los que somos indiferentes ante las necesidades de estas personas. En las alturas donde ellos viven pueden observar a Valera casi en su totalidad; los que están abajo, sin embargo, nunca miran hacia arriba. ¿Cuántas “señora Rosa” habitan en nuestros barrios?


Reseña hecha por: Vanessa González, Fabiola Talavera, Rafael Graterol, María Piña, Katiuska Torres.