25 de junio de 2007

Comunicadores populares:
el reto de formar (se) para la inclusión


El fanatismo comienza en casa y el antídoto también se puede encontrar en casa:
Está en la yema de los dedos cuando escribimos.
Amos Oz



La polémica acerca de las bases del Premio Regional de Periodismo, que abren la posibilidad de que se reconozca el trabajo de quienes no están afiliados al Colegio Nacional de Periodistas (CNP), nos ofrece la ocasión de compartir algunas reflexiones en torno a un tema que ocupa importantes espacios de discusión pública: la comunicación comunitaria.

Por primera vez en su historia, en el tristemente célebre año 2002 se otorgó una mención del Premio Nacional de Periodismo a un medio “alternativo” no gestionado por periodistas. Luego de una agria diatriba, suscitada por las declaraciones del periodista y profesor Earle Herrera, quien se pronunció en contra, este hecho no se repitió. Tres años más tarde el mismo Herrera presentó un proyecto especial al Minci gracias al cual, a partir del año pasado, se otorga el Premio Nacional de Comunicación Alternativa y Comunitaria. Cuestión de delimitar espacios y competencias.

A los periodistas que ejercen en Trujillo, facultados para ello por las leyes que rigen la profesión, les asiste el legítimo derecho de protestar la actuación de los legisladores trujillanos quienes, al no incluir entre los requisitos para optar al premio la obligatoria adscripción al CNP, desconocen ni más ni menos que la Ley y los Reglamentos vigentes sobre la materia. Además de hacer este señalamiento, nos interesa, debido al sesgo político que acompañó la decisión, proponer una reflexión en torno a los cambios que se observan hoy –en Venezuela, pero también en América Latina– en la llamada comunicación popular, alternativa, de base… o como se le haya calificado desde que irrumpió en los escenarios comunicacionales a mediados de los años 70.

En las últimas décadas del pasado siglo, aludir en el país a experiencias comunicativas de corte popular pasaba por, de antemano, presumirlas opuestas al poder establecido, fuera éste el mediático o al de los gobiernos que se sucedieron a lo largo del período democrático. En ese entonces, la mayoría de estos medios dependían del trabajo voluntario, de la cooperación internacional e, incluso, de tímidos avisos. Salvo algunas oficinas gubernamentales, a través de mínimos aportes, no existían instancias del Estado que estimularan medios con perfil comunitario. Hoy la situación es radicalmente diferente.

Durante la presidencia del Teniente Coronel Hugo Chávez Frías no sólo ha surgido una enorme cantidad de nuevos medios, sino que éstos han recibido un importante apoyo oficial. Según las propias cifras de CONATEL y del Minci, en apenas cuatro años se han habilitado 193 medios radioeléctricos y, de éstos, en los dos últimos años 108 recibieron cerca de cuatro millardos de bolívares para la adquisición de equipos, capacitación, adecuación de la infraestructura e, incluso, para la constitución de las fundaciones que los gestionan. En cuanto a los impresos, hay más de 200 medios registrados.

A pesar de la inexistencia de un monitoreo que permita definir con exactitud la tendencia política de éstos, su adhesión a los lineamientos del gobierno es un hecho notorio. Para corroborarlo, basta con acceder al portal de la Asociación Nacional de Medios Comunitarios, Libres y Alternativos donde se evidencia con claridad el apego al proyecto liderado por el Presidente.

La falta de un diagnóstico exhaustivo nos impide afirmar que esta directriz sea uniforme, pero es lógico suponer que cuando el Estado proporciona el apoyo también condiciona los contenidos y/o ejerce una censura velada o abierta. Sin hablar de la autocensura.

Un giro para reflexionar

¿Por qué la mayoría de los llamados medios “comunitarios” venezolanos adhiere hoy la voz del gobierno?

No disponemos de estudios que nos permitan ofrecer ni siquiera conjeturas, pero lo que sí es cierto es que en el seno de algunos movimientos de larga data y tradición en América Latina se percibe con claridad una tendencia dirigida a cuestionar este tipo de prácticas pues, además de suponer un uso instrumental de la comunicación, éstas contribuyen con una mayor división de la sociedad, sobre todo cuando se sufre, como en el caso venezolano, los perniciosos efectos de la polarización política.

En este sentido, estudiosos como Cristóbal Alva (periodista que ejerce en medios alternativos) han hecho críticas importantes al destacar que es necesario aproximarse a las ricas manifestaciones presentes en las culturas populares y reflejar sus diversos matices, orientación que hasta ahora ha estado relegada por la beligerancia política.

A nuestro juicio, este señalamiento parece destinado a alertar acerca de la necesidad de superar un tipo de comunicación alternativa, vigente en los años 80, que se puso al servicio de los llamados “sectores combativos”. Este criterio, se reconoce hoy, generaba unas prácticas comunicacionales muy poco eficaces que dieron como resultado no sólo medios muy poco atractivos, sino mera ideologización en vez de formación crítica.

En la actualidad, es imposible desconocer las transformaciones ocurridas a escala mundial tras la caída del muro de Berlín y las consecuencias de la explosión tecnológica. A otras realidades no se puede seguir ofreciendo las mismas respuestas ni interpretaciones. Es necesario, como señala la investigadora Clemencia Rodríguez, dejar de mirar la comunicación como un instrumento y comenzar a entenderla como la práctica misma de la democracia.

Hoy, tomando en cuenta las nuevas configuraciones políticas y socioculturales, las iniciativas comunicativas de corte comunitario deben evaluar seriamente las experiencias pasadas y tomarse cada vez más en serio la tarea de (auto) formación de sus hacedores si es que quieren propiciar el desarrollo una activa –y crítica– participación ciudadana.

La construcción de un verdadero diálogo supone parar las orejas y esto no sólo es exigible a quienes dirigen y trabajan en medios públicos y privados. Mucha más capacidad de escucha cabe exigir y esperar de los líderes comunitarios y de los medios que éstos gestionan, si en realidad les mueve el deseo de hacer visible la natural polivocalidad de las comunidades a las cuales pertenecen y deben servir.

Calibrar esta responsabilidad pasa por analizar y reflexionar seriamente sobre los objetivos de fondo, pero también sobre la forma, del quehacer comunicativo. En Venezuela, los medios tienen por delante este reto y para ello, qué duda cabe, es necesaria la formación, especialmente aquella llamada a la comprensión del otro, a la inclusión, al respeto y a la tolerancia.
En este sentido, vale la pena recordar lo dicho por el escritor, periodista y pacifista israelí Amos Oz, quien no se cansa de repetir que el choque entre judíos israelíes y árabes palestinos no es una historia de buenos y malos, sino una tragedia:

"Cuando escribas, aunque por supuesto puedes escribir lo que te apetezca, incluso cosas muy duras, recuerda que la voz humana ha sido creada para expresar tanto quejas como burlas, pero esencialmente cuenta con un porcentaje muy significativo de serenidad y precisión que aparece en las palabras moderadas. Al haber tanto ruido puede parecer que una voz así no tiene ninguna posibilidad, pero a pesar de todo vale la pena dejar que se oiga…"

En un clima de agobiante polarización, la obligación de abrir espacios para que se armonice la pluralidad de voces que conforma el cuerpo social es tarea de todos. Creemos que este 27 de Junio, Día del Periodista, bien podríamos preguntarnos si nuestro quehacer comunicativo, profesional o no, le está abonando a la construcción de medios equilibrados y, por ende, a una sociedad democrática.

Raisa Urribarrí, publicado en el Diario de Los Andes.
El artículo resume un ensayo más amplio publicado en la revista Comunicacón No. 137 (Caracas: Centro Gumilla)