Es frecuente que las vías de las ciudades emplazadas en terrazas o entre colinas, como Valera, estén seccionadas en pequeños tramos, según la atraviesen puentes, viaductos, corrupción, o simple ineptitud municipal, como la que permitió hace años que una enorme construcción interrumpiera el curso de la avenida cinco -o Momboy, como la nombran los cartelitos adosados en las esquinas- justo en la calle 17. Cuando aún no ha amanecido, pero gallos y perros trasnochados se acoplan en enérgico concierto, el recorrido por alguno de sus trechos nos regala imágenes que describen, aunque sea someramente, los latidos de este pedacito de urbe andina. Una de ellas es la del club de los muchachones, una tropilla de caballeros de la tercera edad que, juntos, fácilmente suman una decena de centurias. Enfundados en monos deportivos, y siempre dicharacheros, suben y bajan como una vulgar colmena de abejorros, aunque algunos sean seguidos por discretos guardaespaldas. Otra es la de las chamas -y no tanto- que acuden al reputado gimnasio de la avenida seis, ese que -en ausencia de un espacio propicio, aunque la mensualidad cueste un ojo de la cara- las echa a trotar por los alrededores enfundadas en ajustadas lycras para deleite de la tropilla y de los buseteros que tuercen el cuello sin tomar la precaución de pisar el freno, con el consiguiente riesgo para trotadores aún adormilados. En la única zona verde que va quedando en la pequeña ciudad atestada de edificios, en la esquina con la calle 32, también es posible avistar a los integrantes del club de yoga quienes en estupenda sincronía, hermanados en la salutación al sol, buscan la paz y el equilibrio a punta de cimbreos y asanas. En épocas como ésta, cercana a comicios electorales, la tradicional caminata matutina, que usualmente hacemos en volandillas, se torna más interesante, pues a las imágenes, ahora, es imprescindible sumarle el audio que - piensa uno - diría mucho a quienes se han lanzado a la búsqueda de los votos este 23 de noviembre. Sin poderlo evitar, desde hace días he morigerado el paso para, como quien no quiere la cosa -una flexión aquí, un estiramiento más allá- detenerme a escuchar cómo esta caterva de viandantes, en medio de jadeos y torsiones, devana argumentos en relación con si vale la pena o no acudir a las mesas a entintarse el dedillo, y acerca de quién, entre tanto slogan y jingle hueco, levanta menos sospechas. De acuerdo con lo que he alcanzado a oír, si bien la intención de acudir a votar es clara, parece que proveerse de una chuleta infalible aquí en Valera no es sencillo, pues cunde la desconfianza y no se trata, como esgrimió un respetable miembro de la tropilla, de extender un cheque en blanco. A quienes habitan la movediza arena del ninismo, esa franja tan apetecida que se mueve por el cauce de la Momboy y que sin duda resulta clave para la construcción de eso que mientan "la nueva mayoría" (en Valera, tanto gobierno como oposición están divididos), les resultaría útil mirar aquí... aunque de entrada parezca que hay más candidatos que votantes, que algunos nombres nos provoquen un ¿y este quién es?, y que la mitad de los aspirantes (al menos en el caso de la Alcaldía de Valera) carezca de plan de gobierno. Al menos ese que, supuestamente, obliga a divulgar el CNE.
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12 de noviembre de 2008
23-N: De tin marín, de do pingüé...
...cúcara, mácara ¿títere fue?
Es frecuente que las vías de las ciudades emplazadas en terrazas o entre colinas, como Valera, estén seccionadas en pequeños tramos, según la atraviesen puentes, viaductos, corrupción, o simple ineptitud municipal, como la que permitió hace años que una enorme construcción interrumpiera el curso de la avenida cinco -o Momboy, como la nombran los cartelitos adosados en las esquinas- justo en la calle 17. Cuando aún no ha amanecido, pero gallos y perros trasnochados se acoplan en enérgico concierto, el recorrido por alguno de sus trechos nos regala imágenes que describen, aunque sea someramente, los latidos de este pedacito de urbe andina. Una de ellas es la del club de los muchachones, una tropilla de caballeros de la tercera edad que, juntos, fácilmente suman una decena de centurias. Enfundados en monos deportivos, y siempre dicharacheros, suben y bajan como una vulgar colmena de abejorros, aunque algunos sean seguidos por discretos guardaespaldas. Otra es la de las chamas -y no tanto- que acuden al reputado gimnasio de la avenida seis, ese que -en ausencia de un espacio propicio, aunque la mensualidad cueste un ojo de la cara- las echa a trotar por los alrededores enfundadas en ajustadas lycras para deleite de la tropilla y de los buseteros que tuercen el cuello sin tomar la precaución de pisar el freno, con el consiguiente riesgo para trotadores aún adormilados. En la única zona verde que va quedando en la pequeña ciudad atestada de edificios, en la esquina con la calle 32, también es posible avistar a los integrantes del club de yoga quienes en estupenda sincronía, hermanados en la salutación al sol, buscan la paz y el equilibrio a punta de cimbreos y asanas. En épocas como ésta, cercana a comicios electorales, la tradicional caminata matutina, que usualmente hacemos en volandillas, se torna más interesante, pues a las imágenes, ahora, es imprescindible sumarle el audio que - piensa uno - diría mucho a quienes se han lanzado a la búsqueda de los votos este 23 de noviembre. Sin poderlo evitar, desde hace días he morigerado el paso para, como quien no quiere la cosa -una flexión aquí, un estiramiento más allá- detenerme a escuchar cómo esta caterva de viandantes, en medio de jadeos y torsiones, devana argumentos en relación con si vale la pena o no acudir a las mesas a entintarse el dedillo, y acerca de quién, entre tanto slogan y jingle hueco, levanta menos sospechas. De acuerdo con lo que he alcanzado a oír, si bien la intención de acudir a votar es clara, parece que proveerse de una chuleta infalible aquí en Valera no es sencillo, pues cunde la desconfianza y no se trata, como esgrimió un respetable miembro de la tropilla, de extender un cheque en blanco. A quienes habitan la movediza arena del ninismo, esa franja tan apetecida que se mueve por el cauce de la Momboy y que sin duda resulta clave para la construcción de eso que mientan "la nueva mayoría" (en Valera, tanto gobierno como oposición están divididos), les resultaría útil mirar aquí... aunque de entrada parezca que hay más candidatos que votantes, que algunos nombres nos provoquen un ¿y este quién es?, y que la mitad de los aspirantes (al menos en el caso de la Alcaldía de Valera) carezca de plan de gobierno. Al menos ese que, supuestamente, obliga a divulgar el CNE.
Es frecuente que las vías de las ciudades emplazadas en terrazas o entre colinas, como Valera, estén seccionadas en pequeños tramos, según la atraviesen puentes, viaductos, corrupción, o simple ineptitud municipal, como la que permitió hace años que una enorme construcción interrumpiera el curso de la avenida cinco -o Momboy, como la nombran los cartelitos adosados en las esquinas- justo en la calle 17. Cuando aún no ha amanecido, pero gallos y perros trasnochados se acoplan en enérgico concierto, el recorrido por alguno de sus trechos nos regala imágenes que describen, aunque sea someramente, los latidos de este pedacito de urbe andina. Una de ellas es la del club de los muchachones, una tropilla de caballeros de la tercera edad que, juntos, fácilmente suman una decena de centurias. Enfundados en monos deportivos, y siempre dicharacheros, suben y bajan como una vulgar colmena de abejorros, aunque algunos sean seguidos por discretos guardaespaldas. Otra es la de las chamas -y no tanto- que acuden al reputado gimnasio de la avenida seis, ese que -en ausencia de un espacio propicio, aunque la mensualidad cueste un ojo de la cara- las echa a trotar por los alrededores enfundadas en ajustadas lycras para deleite de la tropilla y de los buseteros que tuercen el cuello sin tomar la precaución de pisar el freno, con el consiguiente riesgo para trotadores aún adormilados. En la única zona verde que va quedando en la pequeña ciudad atestada de edificios, en la esquina con la calle 32, también es posible avistar a los integrantes del club de yoga quienes en estupenda sincronía, hermanados en la salutación al sol, buscan la paz y el equilibrio a punta de cimbreos y asanas. En épocas como ésta, cercana a comicios electorales, la tradicional caminata matutina, que usualmente hacemos en volandillas, se torna más interesante, pues a las imágenes, ahora, es imprescindible sumarle el audio que - piensa uno - diría mucho a quienes se han lanzado a la búsqueda de los votos este 23 de noviembre. Sin poderlo evitar, desde hace días he morigerado el paso para, como quien no quiere la cosa -una flexión aquí, un estiramiento más allá- detenerme a escuchar cómo esta caterva de viandantes, en medio de jadeos y torsiones, devana argumentos en relación con si vale la pena o no acudir a las mesas a entintarse el dedillo, y acerca de quién, entre tanto slogan y jingle hueco, levanta menos sospechas. De acuerdo con lo que he alcanzado a oír, si bien la intención de acudir a votar es clara, parece que proveerse de una chuleta infalible aquí en Valera no es sencillo, pues cunde la desconfianza y no se trata, como esgrimió un respetable miembro de la tropilla, de extender un cheque en blanco. A quienes habitan la movediza arena del ninismo, esa franja tan apetecida que se mueve por el cauce de la Momboy y que sin duda resulta clave para la construcción de eso que mientan "la nueva mayoría" (en Valera, tanto gobierno como oposición están divididos), les resultaría útil mirar aquí... aunque de entrada parezca que hay más candidatos que votantes, que algunos nombres nos provoquen un ¿y este quién es?, y que la mitad de los aspirantes (al menos en el caso de la Alcaldía de Valera) carezca de plan de gobierno. Al menos ese que, supuestamente, obliga a divulgar el CNE.
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