En términos sencillos, el distanciamiento social se ha
traducido con un eslogan que, como el mismo virus, ha circulado velozmente por
las redes sociales con la etiqueta # QuédateEnCasa. ¿Podríamos dudar de la
utilidad de esta recomendación? Por supuesto que no debemos dudar de los
beneficios de su acatamiento.
Según datos aportados por científicos, hay tres porcentajes
clave: 80, 15 y 5. El 80% de los que contraerán el virus no tendrán mayores
consecuencias; un 15% puede desarrollar una enfermedad que requerirá tratamiento,
y solo un 5% derivará en un caso grave que necesitará cuidados intensivos.
Amainando la propagación mediante el distanciamiento físico,
lo que se busca es que no colapsen los servicios de salud, como ha sucedido en
países como Italia y España, que aplicaron esta medida muy tardíamente.
A partir de este llamado a quedarse en casa, se han
producido otros, como aquellos que instan al teletrabajo, la teleeducación, y
al disfrute de la infocultura. Sin embargo, estas iniciativas han expuesto con
suma crudeza las limitaciones de la virtualidad, pero especialmente un hecho
que muchos investigadores hemos venido señalando desde los inicios del proceso
de digitalización: la existencia de una grave brecha digital.
Como concepto, la brecha digital tiene varias expresiones y
derivaciones, como la educativa y la sociocultural, pero todas convergen, al
inicio, en una diferencia infraestructural de acceso asociada a factores de
tipo socioeconómico. No puede haber uso y apropiación de las tecnologías de
información y comunicación (TIC) para el desarrollo sin que haya acceso para
todos con equidad. En Panamá, el sexto país más desigual del mundo, la
digitalización muestra con aspereza esa disparidad.
Los números aportan clara evidencia. Según datos de la ASEP(2019), en Panamá hay 4,2 millones de habitantes y 5,5 millones de teléfonos
celulares; es decir, una penetración celular móvil del 132,5%. De asados, solo
el 16,6% son de contrato o pospago. La cobertura celular es del 96% de la
población, pero el porcentaje del territorio cubierto es de solo un 38%. En
cuanto a las líneas fijas, sólo existen cerca de 700 mil, de las cuales unas
500 mil son residenciales. Las cifras del Plan Nacional Estratégico de Ciencia,
Tecnología e Innovación (SENACYT, 2019) indican que sólo un 11% de la población
cuenta con suscripciones de banda ancha fija. En otras palabras, los panameños
podrían describirse como citadinos que usan el móvil bajo la modalidad de
prepago.
A pesar del potencial que tiene Panamá para convertirse en
el hub digital de las Américas (CAF, 2019), estas cifras revelan carencias que
urge superar si queremos que la transformación digital impacte positivamente en
el bienestar de la mayoría de los panameños y panameñas.
¿Es posible que en estas condiciones de desigualdad digital
la mayoría de la población pueda teletrabajar, teleeducarse o teleinformarse
con propiedad? La respuesta obvia es no, como lo han expresado dirigentes del
gremio magisterial (González, 2020), al señalar que la mayoría de los
educadores se ven imposibilitados de impartir clases a distancia usando
Internet.
Esto no quiere decir que no sean positivas las iniciativas
como el llamado al teletrabajo, la asistente virtual Rosa (desarrollada por la
Autoridad de Innovación Gubernamental para canalizar consultas sobre el
Covid-19) o el acuerdo entre esta dependencia y las operadoras para aumentar el
ancho de banda. Al contrario, lo que estas medidas revelan es la importancia de
ampliar y mejorar la conectividad.
Si algún aprendizaje nos debe dejar esta crisis, es que los
esfuerzos en conectividad —que incluyen una ley que procura el establecimiento
del servicio universal a Internet— son urgentes. El acceso que demandan los
teleservicios de calidad requiere mayores y mejores inversiones en
infraestructura, que incluyen la implementación de planos integrales con
componentes para atender asuntos territoriales, lingüísticos y de género, por
mencionar solo algunos.
Es vital promover la digitalización, pero debe hacerse sin
perder de vista la equidad. Si no, se podría estar contribuyendo con el ensanchamiento
de la desigualdad, un problema que arropa muchos ámbitos, como ha quedado
evidenciado en la Encuesta de Ciudadanía y Derechos del CIEPS (2019).
Hay que ampliar el acceso y hacerlo tomando en cuenta las
desigualdades sociales. Solo así la conectividad podrá convertirse en palanca
para el desarrollo, que se quiere justo y equitativo. Entender que en un mundo
informatizado la disminución de la brecha digital contribuye con el
acortamiento de la brecha social, pasa, entre otras cosas, por comprender que
los asuntos relacionados con las TIC no son solo ttécnicos, sino sociales y
culturales. Esperamos que al menos eso quede claro con esta crisis.
Referencias
CAF (2019, 2 de diciembre). Hub Digital Panamá.
Instrucciones. Seminario CAF: Gobierno e infraestructura digital para la
integración regional.
1 comentario:
¡Saludos!
Gracias por prestar atención a mi aviso.
Por su importancia, este aviso está subvencionado para que llegue a la persona adecuada.
Soy Ana María, de Tarragona, almirante jubilada, en cuidados intensivos por enfermedad.
Por esta enfermedad y por lo que revelan mis exámenes médicos, mi supervivencia es limitada.
Al no tener familia, mi padre eclesiástico y guía espiritual me recomienda dar mi herencia para obtener el favor divino por las actividades en las que me he involucrado durante mi carrera.
Para ello, deseo colocar a mi bichón Mila, que ha sido la alegría de mi vida durante los últimos años, con una familia, y una suma de 317.000 euros que, además de proporcionar los cuidados necesarios a Mila, se utilizará para ayudar a los niños pobres y a las personas sin hogar.
Para ayudarme a cumplir esta misión, me gustaría pedir a quien esté interesado que se ponga en contacto conmigo por correo electrónico para mantener una conversación franca y honesta.
Muchas gracias.
anamariajulio38@gmail.com
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