En días pasados una
amiga holandesa me comentó que estaba aprendiendo español.
-Me están costando
mucho los verbos en pasado, me confesó bastante apenada.
Bromeando, le dije:
mejor empéñate en aprender los tiempos en futuro, que el pasado ya pasó.
Así que yo también,
frente a la reflexión acerca de lo que ha significado el Diario de Los Andes
para Trujillo, opto por hacer un ejercicio de imaginación acerca de lo que
podría significar este periódico para la región andina, atado a su ya larga
tradición.
Esta casa fue fundada
con el compromiso de animar conversaciones creativas entre sus habitantes para
dar forma al Trujillo posible. Y estoy segura de que el DLA ha tenido claro que
el cumplimiento de esa honrosa misión es imposible sin inclusión y sin
democracia.
Me consta que durante
su trayectoria el DLA no se ha hecho el sordo, aunque no siempre le haya
gustado lo que escucha, o no haya creído en la honestidad o la buena fe de
quienes hablan a través de sus páginas. Ha crecido acogiendo a muchos y a las
voces de muchos también.
En un momento doloroso de su historia fuimos testigos
de mucha mezquindad hacia esta casa y, sin embargo, de su parte no conocimos gestos
de acritud, sino más bien de nobleza hacia quienes la traicionaron.
Creo que esa
característica suya, bastante extraña en el panorama de medios del país, es la que
le garantiza una playa ancha, serena y limpia, en el futuro. Pero tiene que
aprender nuevas lenguas.
Los tiempos corren
cada vez más rápido y si bien, como dicen nuestros mayores, de la prisa no
queda sino el cansancio, tampoco es hora de “echar el carro”. Como industriosos
andinos, quienes habitan esta casa tienen que acomodarse al ritmo frenético de
los cambios y apostar con fuerza a lo digital, pero no como muleta, pensando en
que tal ortopedia será pronto innecesaria. Por el contrario.
Cualquier apuesta ahora
demanda apertura, escucha, riesgo, confianza, rigurosidad, celo, inversiones,
alianzas. Innovación pura y dura. Porque sobrevivirán los que hayan sabido otear
en medio de la borrasca. ¡Y vaya borrasca la que atravesamos! No solo la que ha
traído la transformación del ecosistema de medios, sino la local, la nacional,
la propia. Esa que atenaza, golpea y parece no darnos tregua.
En esta casa, de esta
casa, aprendí mucho. Por eso siempre soñé con que se convirtiera en una
escuela. No en una gran referencia, sino en una enorme, como una escuela-faro. Hemos
sido estudiantes en ella, profesores en ella. A muchos de los periodistas que
hemos pasado por aquí nos consta el oído fino de quien marca el compás de lo
que aquí se baila.
Si, como dicen, la
vida empieza a los 40, vamos tarde. Es hora de que arranque la fiesta.