31 de marzo de 2013

Majunche Vs. Toripollo


Desde hacía varios días estas líneas pujaban por ser dichas. La "autocensura", el "ya tenemos bastante con lo duro que nos dan para darnos nosotros", el "ahora no conviene "...en fin, los límites que nos quiere imponer la insania que como sociedad estamos padeciendo, me alejaban del teclado, pero las preguntas de mis alumnos no me dejaron escapatoria.

En una de las materias que dicto he evadido un programaba basado en el dominio instrumental de los aparatos y me he dedicado a explorar los asuntos del lenguaje. No usamos computadoras ni Internet. Nos bastan dos libros: En torno al lenguaje, de Rafael Cadenas, y El origen del lenguaje, de José Manual Briceño Guerrero. No importa que se vaya la luz. Nos bastan las páginas en blanco y negro, nuestras voces y, si hace falta, tiza y pizarrón. También llevamos periódicos, alguna pieza de la radio y/o la TV grabada en casa, en nuestros celulares...y, por supuesto, cuentos cortos y poemas.

Durante semestres, el país de fondo, la tragedia política que padecemos, ha sido pródiga en anécdotas. La campaña electoral del 7O nos brindó un respiro inusual; nos llevó a hacer una lectura crítica (comparativa) del verbo y de los mensajes de los candidatos, y a poner en evidencia eso que se conoce como "la construcción del enemigo" fraguada en y con el lenguaje.

Fue maravilloso celebrar con estos muchachos, jóvenes de nuestros pueblos más apartados, inteligentes, frescos y abiertos, gloriosas epifanías. Di brinquitos cuando los vi hacer síntesis de las ideas de Karl Kraus urbanizadas en el texto de Cadenas. La polarización se ceba en la lengua. Eso lo hemos venido trabajando y comprendiendo. Y no ha sido fácil.

La muerte del Presidente Chávez marcó un hito. Volvimos a las aulas la semana posterior al duelo con muchas interrogantes y dudas. Y seguimos leyendo los libros y el país. De repente comenzamos a observar un giro en el discurso y en el tono del candidato de la alternativa democrática, Henrique Capriles...y he allí que un día, que no anoté presa de la conmoción, le escucho nombrar a su adversario con un mote, con el horrible calificativo de "toripollo". Llegué a clases contrariada y allí estaban ellos, no todos debo decir, pero sí los más ganados a la reflexión y al análisis, preguntándome: Profesora: ¿usted qué opina de eso? No les voy a contar todo lo que conversamos, pero allí estuvo Gandhi con nosotros: "Ojo por ojo y todo el mundo acabará ciego".

Esta mañana, como cada domingo, leí la columna de mi estimada colega y amiga Milagros Socorro, en la que se refiere con justificada acritud a los ataques verbales "pergeñados por los esbirritos del gobierno". Lastimosos, de fondo y de forma, los califica y se vale de una cita del filósofo y lingüista Ludwig Wittgenstein (Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo) para subrayar su tesis: la pobreza cognitiva -y espiritual- de quien insulta y de quien, con ello, disminuye al lenguaje.

Sabiamente, también dijo Wittgenstein: Revolucionario será aquel que pueda revolucionarse a sí mismo.
Me niego a ser lo que adversamos. 

1 comentario:

IP dijo...

Usar el lenguaje de la descalificación, el insulto, el chiste fácil, es ceder nuestros valores. Caer en uno de los aspectos del chavismo que más rechazo.
Lo he dicho a quienes tienen voces en los medios: Esta campaña ha sido la más vergonzosa que yo recuerde. No nos indignamos, aceptamos la indignidad.
El discurso predominante en la campaña es irrelevante política e ideológicamente. Hasta por pragmatismo deberíamos rechazarlo, porque retrasa la llegada postchavismo al reproducir sus marcos de debate.
No puedo dejar de recordar que en 2012 hicimos una gran campaña ética. Los partidarios de la Unidad Democrática no merecemos caer en este bochorno.
No voy a dejar decirlo por autocensura, ni por corrección política ni por conflicto de intereses. No puedo dejar de decirlo, por ética. Y porque creo que si rectificamos ahora, aún tendremos alguna posibilidad de salir victoriosos de esta campaña. De seguir en este estilo, nos fuerzan a votar con pañuelo en la nariz. Y yo nunca he votado con pañuelo en la nariz.