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24 de septiembre de 2010
10 de septiembre de 2010
Aterrizar en Valera
Valera tiene buen lejos. Vista desde el aire, o desde Carvajal, luce hermosa. Pero no te acerques, no la recorras. Da lástima. Vergüenza. Miedo.
Gracias a un inexplicable permiso, hienden un enorme mordisco al cerro La Cruz, la única colina, de las siete que le dan nombre, que queda con algo de verde en Valera. Contra toda lógica, instalan un armatoste de hierro en la calle 9 y se entorpece la avenida más importante de la ciudad. Se decreta, de facto, la toma del centro por la llamada economía informal y nos secuestran una parte importante del espacio urbano.
¿Qué más puede pasar? No sabemos. Por lo pronto, se anuncia la construcción de un Hiperpedeval en lo que era el antiguo supermercado Victoria, edificación conocida como El Monumental y que fue diseñada, hace varias décadas, para ser un Centro Cívico. Tal y como lo proyecta el joven arquitecto José Ramón La Cruz, cuya tesis de grado, que ha venido compartiendo con organizaciones de la ciudad, apunta a la recuperación de ese objetivo. Más ahora, cuando la zona se ha convertido en un punto neurálgico de la urbe más importante de Trujillo.
¿Qué dicen los ciudadanos acerca de estas intervenciones, de esos proyectos? Lamentablemente, nada. O, en honor a la verdad, muy poco. Al menos públicamente. Entre dientes, somos muchos los que nos preocupamos. Pero pocos lo que nos ocupamos. Quienes padecemos esta tragedia estamos anestesiados. Un silencio espeso nos cubre. De norte a sur y de este a oeste. Una tenaza invisible nos inmoviliza.
Se deja hacer y se deja pasar y así Valera, que antes ostentó el digno título de “La ciudad más limpia del país”, durante la gestión del doctor Jacobo Senior, se va convirtiendo lentamente, pero sin pausa, en lo que Eladio Muchacho, editor del Diario de Los Andes, ha llamado, en prístino cristiano, un despelote. Un desastre que nos avergüenza y del que, hay que reconocerlo, también somos corresponsables.
Es que estamos todos muy ocupados buscando trabajo, un kilo de azúcar, un litro de aceite o de leche. Nuestras horas las roba el herrero a quien debemos “martillar” a diario para que termine rápido la reja que le encargamos, ahora que a la vecina del cinco se le metieron por el balcón. Estamos todos muy angustiados porque nuestros empleados no consiguen auxilio en el IVSS. Estamos hartos de cazar el camión de la basura. Nos negamos a dejar por varios días las bolsas en el contenedor de afuera porque los recogelatas, que recorren la urbanización por las noches, las abren y dejan los desperdicios regados en las aceras. Nos enfurece tener que reprogramar actividades o devolvernos con nuestras maletas y cancelar compromisos porque el único vuelo (de cuatro que alguna vez hubo) no salió del aeropuerto. Nos deprime recibir las negativas de quienes invitamos a Trujillo. Son muy pocos los dispuestos a aventurarse por unas carreteras llenas de huecos y reductores de velocidad que ponen en peligro sus vidas. Estamos cansados de llevar sol esperando una buseta “no tan destartalada”, hartos de subir y bajar baldes de agua, de soportar apagones. Estamos hasta la coronilla del ruido y de quienes recorren calles y avenidas con equipos de sonido móviles que nos espantan la cordura. Nos causa indignación pasar frente al Ateneo y constatar en qué se ha convertido. Nos conmueven las historias de amigos emprendedores, trabajadores que por años no supieron sino de privaciones y sacrificios, y que hoy ven languidecer sus empresas. Nos resguardamos en casa tempranito, huyéndole -Dios nos libre- a una bala fría. Nos produce estupefacción una campaña electoral francamente abusiva y escasa de ideas. Aquí y en muchos otros rincones del país estamos hastiados de la arbitratriedad, del deterioro del entorno natural y urbano y de los vivianis de siempre.
La golpiza cotidiana que nos propina la realidad nos adormece. Caminamos en modo automático y, así, se nos escapa la ciudad del futuro, la de nuestros jóvenes. La de esas bellas almas que, sin mirar atrás, exhalan con seguridad cuando despegan: “¿Yo?, yo para acá no vuelvo”. ¿Dejamos de ver la ciudad desde las alturas? ¿O aterrizamos en Valera?