20 de enero de 2011

¿Cómo tuitean los periodistas venezolanos?

En tiempos como los que corren, en los cuales la privacidad se ha hecho asunto público gracias a la proliferación de medios y redes sociales, al menos un par de preguntas comienzan a despuntar entre los profesionales de la comunicación social: ¿Cuáles son los deberes y límites de los periodistas cuando se expresan en estos medios en tanto simples ciudadanos? ¿Es que acaso sus responsabilidades como informantes públicos les marcan una pauta a la hora de interactuar como gente de a pie?
Las respuestas no son sencillas. Quizás sean hasta imposibles en una época en la que se mueven, al mismo tiempo y con gran velocidad, tantos y tan disímiles elementos novedosos. Lo evidente es que las redes sociales, por su facilidad de uso, han contribuido con la exposición pública de los trabajadores de los medios, no ya como voceros de uno en particular, sino como ciudadanos con opiniones propias que, obviamente, no tienen por qué coincidir con las posturas editoriales de las empresas en las cuales trabajan.
En una situación ideal, no se deberían confrontar problemas, pero -se sabe- una cosa son los intereses de los medios y otra, muy distinta, los de los periodistas. En algunos casos son coincidentes, pero en otros no. Y cuando sucede esto último puede haber represalias contra quienes manifiestan, de manera personal y al margen de los medios que los emplean, opiniones divergentes. Tal fue el caso, en julio pasado, de la periodista Octavia Nasr, despedida de su cargo como editora para Medio Oriente de CNN -en el que tenía 20 años- por haber manifestado en un tuit su pesar por la muerte del gran ayatolá del Líbano Mohammed Hussein Fadlallah.
¿Qué debemos hacer los periodistas? ¿Autocensurarnos? ¿Apelar al uso de un seudónimo para llevar, digamos, una cierta vida paralela con más oxígeno? ¿Es eso ético? ¿Sería esto tolerable por los medios?
Empresas informativas de alcance global como la agencia Reuters, o medios con influencia internacional, como The Guardian, ya cuentan con políticas explícitas al respecto, pero en Venezuela aún es un asunto poco tratado. Afortunadamente vemos como periodistas de diversos medios y fuentes parecieran haber desarrollado, motu proprio y sin guiatura, una manera conveniente y original de desenvolverse en este canal informativo sin mayor protocolo y, hasta ahora, sin consecuencias que lamentar.
En Facebook, por ejemplo, hemos observado que algunos colegas han discutido abiertamente (y con no poca sorna y justificada inquina) asuntos relativos con su precaria contratación laboral, bajos sueldos y malas condiciones de trabajo. Que sepamos, no ha habido ni despidos ni sanciones a causa del ejercicio de esta cuota de libertad. En Twitter, muchos colegas informan dónde trabajan, pero en una búsqueda (apurada, debo confesar) sólo conseguí a uno que en su biografía, especificara, como la productora audiovisual y periodista de El-Nacional.com Angie Rodríguez, que la suya es una cuenta “PERSONAL y no representa al medio en el que trabajo”.
El rastro que dejamos los periodistas en las redes, querámoslo o no, lo hagamos ex profeso o no, genera opiniones que, en algún momento, puede operar a nuestro favor o en nuestra contra. Especialmente si llegáramos a vernos en el ojo del huracán, como le sucedió a la venezolana Andreína Flores, quien actuando como corresponsal de la agencia AFP hiciera una incómoda pregunta al Presidente Hugo Chávez luego del 26S. Como pudimos notar, al hacerse público su nombre de usuario, cierta jauría se dispuso a explorar en su timeline y a registrar sus opiniones para, a partir de ellas, cargarse en su contra por una supuesta “falta de objetividad”.
¿Qué debemos hacer en las redes? ¿Mantenernos como una suerte de seres angélicos sin opiniones? ¿Es eso posible? ¿Dejamos de usarlas? ¿Nos limitamos a tratar temas ajenos a nuestras fuentes profesionales?
Recientemente, en un webinario dirigido por Bárbara Yuste para la FNPI sobre la gestión de la identidad periodística en la red, una joven venezolana recién titulada, pero con varios años de vida digital y cierta identidad ya establecida, preguntó: ¿Es decir que cuando entre a trabajar a un medio no voy a poder ser yo? No hubo respuesta para ella porque, volvemos al principio, no es fácil.
Lo único que podemos deslizar, a falta de mejor consejo, es que resulta una práctica sana el mantenernos a nosotros mismos bajo permanente vigilia. Pensar muy bien lo que escribimos. Y cómo. Cuidar cada tuit, cada actualización en Facebook, cada línea de nuestro blog. Porque somos ciudadanos, sí, pero unos ciudadanos con responsabilidades muy especiales derivadas de nuestra profesión. Y una identidad digital, esto es: exponencialmente pública.
Si algo bueno traen las redes sociales a los medios es audiencia. Y la audiencia necesita conversar, tener un interlocutor del otro lado. Y ese interlocutor no puede ser de palo. Por ello, en relación con las empresas en las cuales trabajamos, lo ideal es reflexionar sobre este asunto, documentarnos con experiencias de otras latitudes y construir una batería argumental que nos permita discutir con criterio propio las normas que trataran de imponerse. No tardan en llegar.
*Agradezco a la colega Estrella Gutiérrez, de la agencia de Noticias Inter Press Service, el ameno diálogo sobre este tema que quedó recogido en esta nota.
Publicado en Código Venezuela.

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