28 de agosto de 2019

Los 41 años del DLA: que arranque la fiesta


En días pasados una amiga holandesa me comentó que estaba aprendiendo español.

-Me están costando mucho los verbos en pasado, me confesó bastante apenada.

Bromeando, le dije: mejor empéñate en aprender los tiempos en futuro, que el pasado ya pasó. 

Así que yo también, frente a la reflexión acerca de lo que ha significado el Diario de Los Andes para Trujillo, opto por hacer un ejercicio de imaginación acerca de lo que podría significar este periódico para la región andina, atado a su ya larga tradición.

Esta casa fue fundada con el compromiso de animar conversaciones creativas entre sus habitantes para dar forma al Trujillo posible. Y estoy segura de que el DLA ha tenido claro que el cumplimiento de esa honrosa misión es imposible sin inclusión y sin democracia.

Me consta que durante su trayectoria el DLA no se ha hecho el sordo, aunque no siempre le haya gustado lo que escucha, o no haya creído en la honestidad o la buena fe de quienes hablan a través de sus páginas. Ha crecido acogiendo a muchos y a las voces de muchos también. 

En un momento doloroso de su historia fuimos testigos de mucha mezquindad hacia esta casa y, sin embargo, de su parte no conocimos gestos de acritud, sino más bien de nobleza hacia quienes la traicionaron.

Creo que esa característica suya, bastante extraña en el panorama de medios del país, es la que le garantiza una playa ancha, serena y limpia, en el futuro. Pero tiene que aprender nuevas lenguas.

Los tiempos corren cada vez más rápido y si bien, como dicen nuestros mayores, de la prisa no queda sino el cansancio, tampoco es hora de “echar el carro”. Como industriosos andinos, quienes habitan esta casa tienen que acomodarse al ritmo frenético de los cambios y apostar con fuerza a lo digital, pero no como muleta, pensando en que tal ortopedia será pronto innecesaria. Por el contrario.

Cualquier apuesta ahora demanda apertura, escucha, riesgo, confianza, rigurosidad, celo, inversiones, alianzas. Innovación pura y dura. Porque sobrevivirán los que hayan sabido otear en medio de la borrasca. ¡Y vaya borrasca la que atravesamos! No solo la que ha traído la transformación del ecosistema de medios, sino la local, la nacional, la propia. Esa que atenaza, golpea y parece no darnos tregua.



En esta casa, de esta casa, aprendí mucho. Por eso siempre soñé con que se convirtiera en una escuela. No en una gran referencia, sino en una enorme, como una escuela-faro. Hemos sido estudiantes en ella, profesores en ella. A muchos de los periodistas que hemos pasado por aquí nos consta el oído fino de quien marca el compás de lo que aquí se baila. 

Si, como dicen, la vida empieza a los 40, vamos tarde. Es hora de que arranque la fiesta.