Éramos ocho y parió la abuela, dice un adagio popular. En este caso, la abuela -disfrazada de San Nicolás- es el nuevo ocupante de uno de los dos apartamentos de la planta baja (PB) del edificio, una pequeña comunidad de viejos conocidos compuesta por apenas seis familias. En total, la edificación, una añosa construcción de tres pisos, ahíta de cariño y múltiples refacciones, alberga menos de 20 personas.
Los “ocho” eran las constantes contrariedades entre la señora del segundo piso y quien, fastidiado ya de tanta discordia, acaba de mudarse luego de una década de coexistencia poco pacífica en la que prevalecieron los reclamos entre dientes y las pequeñas mezquindades de ella, como la de orillar su único carro al extremo de que al otro no le cupieran dos; o las “vivezas” de él, como robarle a ella la señal del cable…
Así estábamos, acostumbrados a las constantes diatribas entre este par de co-propietarios, hasta que el vecino de marras consiguió quien repentinamente le comprara el apartamento a un precio extraordinario. Sin aviso alguno, el último sábado de noviembre le vimos emprender, más que una mudanza, una especie de huida veloz con tres camiones en simultáneo abarrotados con sus pertenencias.
- Es que el comprador me ha dicho que si no lo desocupo este fin de semana no firma el documento que ya ha introducido en el Registro para el próximo lunes, y no pienso perder este chance, me confió sin apartar los ojos de sus bártulos en mitad del estacionamiento.
-¿Y quiénes son los nuevos vecinos?, deslicé curiosa.
-Un tipo con muchos reales, fue su respuesta brevísima.
Justo tres días después llegaron los nuevos ocupantes del inmueble con una cuadrilla de obreros listos a desbaratar (nunca mejor empleada la palabra) el apartamento. Luego de casi dos meses seguidos en obras, durante los cuales hemos visto salir restos de muebles de cocina, piezas sanitarias, lámparas, cortinas, cerámicas de paredes y pisos y pare usted de contar, la vecina del 2A nos hace entrega de una carta en la cual los nuevos dueños piden una reunión de condominio para notificarnos su deseo de obsequiar a la comunidad unos cuantos regalos, como la pintura de los portones del estacionamiento, las lámparas de los pasillos…y hacernos una solicitud: que les cedamos la única área verde del edificio para ampliar su apartamento.
A la reunión asistimos prestos y la vecina del 0A tomó la palabra para decir, en nombre del resto de los copropietarios, que aceptábamos y agradecíamos los regalos, pero que no estábamos de acuerdo en cambiar el uso del patio. A San Nicolás se le desvaneció el disfraz y el rojo quedó reservado para el tono con el que comenzó a hablar. Tan alto y grosero que provocó el indignado retiro de la vecina del 1-A.
Justo en eso estábamos, despidiéndola, cuando llegó nuestro anterior vecino, el vendedor del inmueble, con sus abogados y un cheque del Banco Canarias que aún no ha podido cobrar. ¡Menos mal que en ese instante se fue la luz!